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Encontré el radiocasete

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Tengo que decir que no soy de los que despotrican ni contra las redes sociales, ni contra los móviles y el uso de sus aplicaciones, ni por lo dependientes que podemos llegar a ser de los ordenadores y de la conexión a internet. Más bien me ocurre todo lo contrario. Me encanta vivir en el siglo XXI rodeado de esta tecnología y de las posibilidades que ofrece.

Sí debo afirmar, sin embargo, que he descubierto que si no gestiono bien su tiempo de uso me agotan la mente. Me agotan la mente para leer de forma tranquila cierta clase de libros, para disfrutar de una copa de vino, para cocinar, para tocar música, para practicar deporte o, como en este momento, para dejarme acariciar por la brisa que está soplando ahora mismo, en el momento en que escribo este texto. Me sucede que entro en un estado de alteración mental permanente que no me permite conseguir la tranquilidad suficiente para poder concentrarme en nada; tanto es así que pierdo las ganas de afrontar alguna de estas actividades que, por otro lado, no solo me encanta realizar, sino que me hacen sentir bien.

Llevo ya algún tiempo que no compro ningún ebook y solo leo libros en papel. Ese pequeño cambio le ha sentado a mi vista, a mi mente y a mi cuerpo en general muy bien. La escucha de música, sin embargo, me ha costado más alejarla del ordenador. Tengo que reconocer que el oír y el ver vídeos musicales a través de Youtube es una de mis perdiciones, puedo pasar mañanas y tardes completas. Me resulta difícil prescindir de esta herramienta de Google porque me apasiona poder ver los vídeos musicales en el orden y en el momento que me dé la gana. Para mí es como la antigua MTV pero a la carta, fantástico.

No hace mucho tiempo, en uno de los viajes a casa de mis padres, me encontré, por casualidad, con mi antiguo radiocasete AIWA. A mi madre y a mi padre les gusta escuchar la radio por las mañanas. Cuando abandoné mi cuarto de adolescente hace ya algunos años, casi diría que, incluso, algunas décadas, se apropiaron del aparato para este cometido y lo pusieron en la cocina. No sé el motivo por el que recientemente han decidido prescindir de él, pero la realidad es que me lo encontré con algo de polvo arrinconado en uno de esos almacenes que se crean en las casas de forma espontánea de cosas que dejan de ser utilizadas. Me hizo mucha ilusión el reencuentro, ya ven, y en el contexto de este reto personal que me he propuesto de distanciarme en cierta medida del mundo digital se me ocurrió algo bastante friqui, la verdad.

A través de una grabadora de casetes que guardo con mucho cariño grabo diferentes playlist de Spotify a cinta desde la salida de audio del ordenador. Después escucho esos casetes en mi AIWA de adolescente que he colocado en mi lugar especial para estar de vacaciones en casa. Sí, sí, ya sé lo que piensan: quizás decir que esto es friqui se quede corto. Pero me encanta, ha sido un descubrimiento. Dudaba de si mi manera de escuchar música
—con mucha deformación profesional que hace que se convierta en un análisis de la misma— me condicionaría el resultado de esta experiencia y no fuera atractiva al no conseguir un sonido que me pareciera adecuado. Todo lo contrario; no recordaba que mi viejo radiocasete sonara de forma tan seductora. Desconozco si lo produce la nostalgia, la huella indeleble que deja la adolescencia, o simplemente significa que no he llegado a superar del todo esta etapa de la vida, pero como diría la Pantoja el sentimiento es «ma-ra-vi-llo-so».

Ahora puedo pasar varios días que, después de trabajar, no tengo contacto con lo digital. Llegar a casa, tener ganas de escuchar música y hacerlo desde mi antiguo radiocasete ha incrementado mis momentos de estar bien, de sentirme bien. Y hoy tenía ganas de compartirlo con ustedes.

©La Cuba de Baco

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